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Apostado en la colina no era capaz de recordar cuanto tiempo llevaba persiguiéndolo por la estepa. Sabía que quería alcanzarlo, aunque a estas alturas el motivo bailase en su mente. Los pies le ardían de caminar y empezaba a dudar si le habrían señalado la dirección correcta. Quizás es porque el viento es caprichoso y simplemente su dirección no era la misma para ambos. O tal vez sólo era un sueño que no tenía que haberse creído.

 

Cuando su fe menguaba lo vió. Asomando a lo lejos, con descaro y desparpajo, se movía perezosamente a barlovento. Corrió hacia él como lo hacia el viento y en su sempiterna huida lo alcanzó. 

Tuvo que esquivar sus patas que no cesaban de subir y bajar, cada paso se marcaba en la tierra y con cada metro se clavaba una marca de sus huellas tan finas que el mismo viento que movía el mecanismo las borraba. Una escalerilla de cuerdas flexibles rozaba apenas el suelo, y como un cordón umbilical enganchaba hasta una parte rigida de la estructura con una plataforma. Trepó con emoción y se vió a si mismo cabalgando a ras de las ramas.

En este punto, ya solo quedaba subir. Hubo un momento de parálisis sobre la montura errante, solo una fracción de terror que embarga a todos los humanos cuando asoma en nuestra mente lo que nos es desconocido. Pero el impulso por despejar nuestra imaginación con certezas siempre es más fuerte y se sacia más díficilmente que el miedo. La energía que lo llevó a buscar, fue la misma que accionó su voluntad por seguir subiendo.

Pulsó el resorte y la plataforma comenzó a ascender, a su paso vió los mecanismo de movimiento, de equilibrio, y los paneles solares y velas que lo impulsaban. La entrada estaba abierta, y recorrió por sus escaleras todos los espacios hasta que tuvo la sensación de que siempre había vivido ahí. La imagen a través de las ventanas no cesaba de cambiar, y con el vaivén de los pasos notaba cuando el viento viraba y le llevaba siempre a cualquier otro lugar.

Subío lo más arriba que pudo y cuando alcanzó la cima de su montura sintió un vacio. Veía el horizonte a lo lejos, y estaba allí tan alto por  el mismo motivo por el que el ser humano se puso de pie eones atrás, el mismo que le había sacado de su casa y le había tenido corriendo por el campo persiguiendo una quimera. 

Quizás el seso se le había secado de tanto sueño como a un Quijote cualquiera, pero al fin recordó que lo que le impulsaba a subir, más que la llegada a un punto en lo alto, era la idea de seguir subiendo.

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